martes, noviembre 11, 2008

De teléfonos y lomos, un cuento

Hay misterios que permanecerán sin resolverse durante mucho tiempo, ocultos en algún lugar del universo, en una alcoba polvorienta y húmeda, dentro de un cajón que se atranca cuando tiras. Allí están esos papeles, escritos con letra frenética, gotas de sudor que emborronan la tinta. Uno más. Aterrador, pero muy triste, tristísimo. Como otros tantos, hoy el caso de José Ruiz, más conocido como “Ruedas”, por tener una carnicería en la pedanía de Beniaján.

Aquí irían efectos sonoros de relámpagos, un aullido de lobo, unos pasos que hacen crujir la madera y una voz rasposa y grave que pregunta: “¿Cas comío, cas comío?”.

Era una mañana soleada de septiembre. Año 2007. José preparaba un cuarto de lomo, en libritos, para rebozar a una señora del barrio, doña Lorenza, que no paraba de cascar sobre la vecina del cuarto que siempre colgaba la ropa mojada sobre su patio. José sonreía. No tenía ni idea de lo que estaba diciendo aquella vieja. Entre unas cosas y otras la mujer había comenzado a hablar de un sarpullido en su brazo, luego del tiempo que hacía en Mojares y algo sobre un chino que le dio un empujón en la esquina de la calle Herreruelos.

Rotweiller asesino con la cara desencajada de la furia


Una llamada de teléfono hace que José se disculpe con la señora un momento. Le ha dejado la bolsita y le ha dicho que son veintisiete con cuarenta. Los cuarenta lo más seguro es que no se los cobre, aunque Lorenza es una agarrada de cuidado y siempre le da de menos y ya ha tenido algunas con ella. “Ahora vuelvo”, dice, mientras la mujer hace como que saca el bolso.

Tiene una habitacioncita detrás donde están puestas las fotos de los niños, deja la ropa de calle doblada y el periódico deportivo de la mañana. En esa misma mesita, hay un teléfono que suena.

(Extraído literal de la noticia de 20 minutos en cuestión)

(Sonido de teléfono: “¡Piiiii, piiiiii, piiiiii!” Sonido de descolgar: “¡Clirc!”)
-"¿Ruedas? te llamo del banco. Tengo aquí una factura de 9.000 euros de Telefónica, ¿es que tienes una querida?" (¡Qué chistoso el gilipollas del banco!, pensará un poco después José).
-"Espera que voy para allá". (El culo se le ha vuelto del revés a José en este momento, pero no sabe muy bien cómo reaccionar).
-"Entonces, ¿la pago?" (¡¿Este banquero es monguer?!, pensará José un poco después de pensar que es gilipollas).
-"Ni se te ocurra". (¡A ver si además voy a tener que majarte la cara a hostias, que todavía me acuerdo de cuando le tirabas los trastos a la Pili a mis espaldas, so mamón!, esto lo piensa pero tampoco lo dice el bueno de José).

Cuando salió de la habitacioncilla, José tenía la cara blanca. Por si esto fuera poco, la cabrona de Lorenza se había largado sin pagar. ¡Otra vez, la muy hija de p…!

Resulta que su teléfono móvil marcó 14.976 veces en un mes. Como no tiene factura electrónica, ya que Telefónica no le iba a cobrar menos por ese servicio (“Y eso que el papel vale dinero. ¡Que se jodan!”, debió pensar nuestro amigo en su día) le han llegado cien páginas, cien, de factura de móvil. Las despliega sobre la mesa. Creía que aquello era un libro de cuentos regalo por haber abierto la cuenta de ahorros para el niño chico y que le habían enviado por correo. Un detalle. El sobre era considerable. Nunca pudo imaginar que era una jodida factura de móvil.

La cuestión es que el móvil realizó las llamadas, no José. Cuando el Doctor Flojenawer, con barba de varios días y algo pegado en las comisuras de la boca, olor como a queso y un cristal de la gafa roto, le visitó en su casa, al examinar el móvil no tuvo dudas de que era un misterio pa’cagarse patas abajo. No había explicación racional. De natural, un móvil no marca solo. ¿Cómo pudo ser entonces? ¿Dónde está el baño?, añadió el Doctor, torciendo las rodillas y rascándose el culo.

José había contratado, por consejo de un amigo, un servicio de alarma para el hogar.
“El mecanismo avisaría con una llamada a la empresa cuando la alarma saltara y éstos a José para comunicarle el incidente”.

El doctor no tiene dudas cuando vuelve del servicio: “Su móvil está maldito, como las patas de gallo de la Esteban, que no pueden borrarse ni con maquillaje del bueno”. José cree otra cosa y eso le hace sentir más tonto aún. Al verlo claro, le pega una patada en el culo al doctor que acaba de comerse todas las patatas fritas y se ha dado cuenta de que le ha meao fuera del váter, el muy guarro.

José, se había dado cuenta en ese momento, nunca desconectó la alarma. El sensor de la entrada, que abarcaba el comedor y un trocito del pasillo que daba a las habitaciones, estaba todo el día parpadeando en rojo. Lo natural. El pitidillo ése que emitía era molesto, pero pensó que la seguridad de su familia bien lo valía. 14.976 veces. Qué menos que pasar esas veces por el pasillo de tu casa, más cuando invitas los fines de semana a toda la familia, los cuatro hermanos con las parientas, los niños,…

Ahora José se pregunta quién se va a hacer cargo de la factura. Se hace el loco y planea, cuando le pregunten, decir que a él no le dijeron cómo funcionaba el bicharraco ese pegado junto a la puerta, con sus botoncitos y tal. Que a él le vino el técnico y no le dijo cómo se conectaba. 14.976 llamadas de su teléfono móvil conectado a la alarma a la empresa de seguridad que, para más inri, dice que no recibieron ninguna llamada. Otro misterio más. ¿Se hicieron los tontos? ¿Cuántas personas metieron la pata aquí?

José sigue cortando lomo, para libritos, a la señora Lorenza un día más. “Esta vez no se me escapa ésta”, piensa. Entonces recibe una llamada de teléfono de la empresa que ha comprado los derechos de cobro de esa factura a Telefónica. “¿Es que no lo vas a coger?”, pregunta Lorenza. José se la mira de arriba abajo, los nudillos blancos de la mano que tiene sujeto el cuchillo de cortar, los ojos fuera de las órbitas… “Claro que voy a cogerlo”, dice, y en el cuartucho, donde guarda la prensa del día, los juguetes que el niño se trajo el fin de semana pasado, esos zapatos nuevos que acaba de comprar, la factura de cien páginas con manchas de sangre, suena el teléfono. Antes de cogerlo, desata la correa del rottweiler que lleva sin comer desde hace una semana. Mientras, el teléfono suena, “¡Ring, ring!”. José se agacha, y le acaricia la cabeza. Susurra: “¡Mata, Rot! ¡Mata!”. El perro resbala en la esquina a la nevera, engancha a Lorenza de un salto justo cuando salía por la puerta, en la nuca, mientras la mujer cae al suelo.

“¿Diga?”, pregunta José. Y al rato, sonríe: “Lo siento. Pero se ha equivocado de número”.

2 comentarios:

Pat Lawriter dijo...

Muy bueno el post y muy rara la noticia. Realmente, es increíble que le instalaran la alarma y nadie le explicara el mecanismo, rarísimo... ahora, yo, si fuera él, quedaba con el amigo que le recomendó que la pusiera... al peor tiene acciones de Teléfónica...

Saludos.

Ocho dijo...

El pobre Ruedas tiene permiso para matar a 14.976 trabajadores de ambas empresas, a repartir como sea conveniente, asi como un bonobus de 11 clientas mayores de 65 años.

Muy bien escrito esto ultimo, me he imaginado hasta el ultimo rincon de la cocina.

Reciba un cordial saludo señor Cifuentes.


pd. La idea sobre el Chewbacca Cahuete me parece tremebunda. No descarto nuevas entradas por ese camino.