viernes, septiembre 05, 2008

Los Hoteles (Monólogo)

Como lo prometido es deuda, ahí va el primero:

***********************************************************************
Todos hemos ido alguna vez a un hotel y todos alguna vez nos hemos sentido tentados por… el influjo maléfico de los hoteles.

Tú te vas de vacaciones tranquilamente y reservas en un hotel de cuatro estrellas. Hasta aquí todo bien. El hotel pretende ser un lugar de paso (atención: de paso), donde dormir y poco más. Pero cuando te has rascado el bolsillo…

A todos nos gusta sacar partido a lo que pagamos, sobretodo ahora, en tiempos de crisis. Por ejemplo, si vamos a un restaurante y pedimos un menú y en el menú nos entran dos platos, la bebida, el postre y el café, ¿qué ocurre? Que pediremos los platos más abundantes que tengan de primero y segundo y si podemos pedir dos segundos, ¡dos segundos! ¡A saco! “De primero tenemos ensalada de la casa, alcachofas con jamón, revueltillo de habas y lentejas. De segundo tenemos presa ibérica, costillitas,…” “No, no. Póngame un buen plataco de lentejas y ese peazo de presa ibérica. No, mejor DOS presas ibéricas. ¿Se puede? También una botella de vino, y todo el pan que sea gratis.” Luego terminas borracho perdido por dejar la botella de vino vacía y harto de pan, y te pides el postre, el más grande (tocino de cielo con membrillo y queso fresco, ¡hala!), y luego una taza de café o, mejor, un buen vaso de leche con Cola-Cao.

Pues esto mismo es lo que nos pasa en los hoteles. ¿Qué es gratis en los hoteles? Lo primero de todo, el tiempo que empleas en estar en la habitación. Los niños queriendo irse a la playa y tú: “¡Qué no, cojones! Que estamos pagando una pasta por la habitación y de aquí no nos movemos, leñe.” Lo segundo, bañarse, en sus variantes ducha o bañera. Ya entrando en recepción, sientes la llamada del baño… “El agua es gratis, gratis”, resuena en tu cabeza. “Báñate, báaaañate…”. Nada más entrar en la habitación tiendes a ir al baño. Y te bañas… a todas horas: por la mañana, por la tarde, por la noche. Acabas con la piel fláccida, blanca y arrugada. Los niños y tu mujer, hartos de ti, se han ido a la playa y cuando llegan: “¡Máma, mamaaaaaaá! ¡El horror, el horror! ¡La cosa del pantano!.” Y eres tú, que acabas de salir del baño después de llenar y vaciar la bañera tres veces con una bola de jabón gigantesca por cabeza, porque el jabón es gratis también y te lo has echado todo.

Pero, sobre todo, tenemos el mini-bar. Basta con algo de agua para rellenar las botellitas de vodka y un poquito de Nestea para las de Johnnie Walker… ¡y a vivir!

Para que te salga baratita la estancia terminas por comprar la comida en el Mercadona. Con tus bolsitas pasas por recepción un poco más rápido de lo normal porque, no sé, te parece como cutre entrar en el hotel con tus bolsitas. Y el recepcionista que te ve: “¡Míralo, míralo! Ése es el cabrón que deja los grifos abiertos toda la noche.”

Ya cuando te vas, haces acopio de material: toallitas, botecitos de champú, peines, calzadores, sábanas, cortinas,… ¡Es como haberte quedado en el Corte Inglés cuando cierran por la noche!

Y para joder, porque esto ya es para joder, cierras la caja fuerte con el código que solamente TÚ sabes y la dejas ahí, cerrada, para que intenten abrirla, ¡que se fastidien! Por cierto, que aquí me asalta la duda: ¿Cómo lo harán para abrirla? ¿Tendrán un codigo especial? ¿Llamarán a Arsenio Lupin? “Arsenio, tenemos otro trabajo para ti.” Y Arsenio, poniéndose la bata: “Joder, otro cabrón que ha cerrado la caja fuerte de un hotel. ¡Qué bajo he caído! ¡Qué bajo he caído!”.

Lo que está claro es que al final te marchas con una media sonrisilla, así como satisfecho, sabiendo que le has sacado el máximo partido a tus vacaciones… En el hotel, claro, porque lo que es turismo, no has hecho nada de nada.

No hay comentarios: